PING, la caja registradora
Era la primera vez que algo tan humillante me pasaba. Se supone que una madre debe acordarse del cumpleaños de su hijo, pero este no es mi caso. Como siempre, a ultimo momento, estaba estacionando frente al supermercado que, como era de esperar, estaba abarrotado de gente. Papas revisando los precios, mamas corriendo a sus hijos y nenes tirando paquetes de galletitas por todos lados. La parte de cotillón estaba casi vacía, pero tenia que conformarme con lo que había. Mientras me decidía entre vasitos descartables verdes o azules, se escuchaban los típicos anuncios de las ofertas y los descuentos. Con mi torpe dispersión, cayeron, detrás de mi, varias pelotas de basket. Como si todo el mundo estuviera en mi contra, dos nenes pasaron corriendo y me empujaron, sin siquiera pedir perdón. De repente, sentí que el piso se agrandaba y se achicaba al ritmo de los latidos de mi corazón. Todo empezó a dar vueltas y los ruidos se intensificaron. Cuando mi cabeza estaba por explotar, todo se calmo y, por un momento, creí que todo había sido un pequeño mareo, pero repentinamente, se escucho el ruido de la caja registradora.
-Disculpe señora, esta bien? la ayudo?- me pregunto la madre de los demoñitos que me habían tirado. Le respondí con una amable sonrisa y se fue.
Odio que me traten de señora . Apenas tengo 36 años y, obviamente, hay personas mucho mas viejas que yo. Seguí caminando ignorando lo que acababa de pasar. Al llegar a la parte de cajas, extrañamente, había pocas personas por lo que decidí revisar la parte de bazar. En el ultimo mes se me habían roto dos vasos de vidrio y necesitaba reponerlos. Todos los modelos eran divertidos pero no estaba el que necesitaba. De repente, los vasos empezaron a temblar y la fuerte luz de las lamparitas reboto contra el vidrio, cegandome. Los mareos regresaron y mi cabeza empezó a arder. PING! Otra compra terminada.
Solo se veía un techo blanco, hasta que reapareció el cirujano, esta vez con una mini-sierra. Las enfermeras pasaban y no dejaban de ayudar al doctor. Cada vez me sentía mas débil, como is estuviera perdiendo parte de mi, pero estaba seguro de que todo estaba yendo bien, o al menos eso me decían las caras de los profesionales. Su tranquilidad termino por dominarme.
La luz seguía molestándome, de todas maneras, por lo que abrí mis ojos. Mi cabeza se estaba volviendo loca.
-Tranquilos, todo esta bien. Denle espacio para respirar, despejen!- gritaba el paramedico- fue solo un desmayo.
Me levante y luego de agradecerles a todos, me diriji, finalmente, hacia las cajas. Pasaron todos mis productos y al momento de pagar, PING!
La intensa luz volvió a aparecer. Toda mi vida paso frente a mi ojos mas rápido que un auto de carreras.
Todo se volvió blanco. La tranquilidad y la paz que antes invadía el lugar, ahora eran remplazados por desesperación y angustia. Todos corrían de un lado para el otro, gritándose cosas que no lograba entender, hasta que el señor de barba larga hablo.
-Fallo, la operación cardíaca fallo- dijo antes de que mi vida se apagara para nunca volver a prenderse.
Seguro me desmaye por unos minutos, porque cuando recupere la conciencia estaba recostado, mirando el techo blanco liso, y una luz potente me cubría. Intente pararme pero no podía, estaba atado, enganchado a algo. Empece a desesperarme cuando un señor alto con barba apareció con un cuchillo. No, por dios, iban a cortarme! Pero cuando este me atravesó, no sentí nada. Solo un poco de frió, como cuando tocas algo de acero. Los únicos sonidos que se escuchaban eran unas ordenes, que no logre interpretar, y unos ruidos rítmicos de tambor. TUM, TUM, TUM. Había unas mujeres con túnicas blancas ayudando al señor, le pasaban cosas y lo tranquilizaban. Mi vistas se nublo apenas una tijera se me acerco y gotas rojas saltaron por todas partes. Otra vez sentía que me ahogaba, que todo se cerraba y se caía sobre mi. De repente, PING, el monitor cardíaco sonó.
Levante la vista y me encontré con un precio, $178,50. Era mas de lo que podía pagar en una pelota de basket para mi hijo.-Disculpe señora, esta bien? la ayudo?- me pregunto la madre de los demoñitos que me habían tirado. Le respondí con una amable sonrisa y se fue.
Odio que me traten de señora . Apenas tengo 36 años y, obviamente, hay personas mucho mas viejas que yo. Seguí caminando ignorando lo que acababa de pasar. Al llegar a la parte de cajas, extrañamente, había pocas personas por lo que decidí revisar la parte de bazar. En el ultimo mes se me habían roto dos vasos de vidrio y necesitaba reponerlos. Todos los modelos eran divertidos pero no estaba el que necesitaba. De repente, los vasos empezaron a temblar y la fuerte luz de las lamparitas reboto contra el vidrio, cegandome. Los mareos regresaron y mi cabeza empezó a arder. PING! Otra compra terminada.
Solo se veía un techo blanco, hasta que reapareció el cirujano, esta vez con una mini-sierra. Las enfermeras pasaban y no dejaban de ayudar al doctor. Cada vez me sentía mas débil, como is estuviera perdiendo parte de mi, pero estaba seguro de que todo estaba yendo bien, o al menos eso me decían las caras de los profesionales. Su tranquilidad termino por dominarme.
La luz seguía molestándome, de todas maneras, por lo que abrí mis ojos. Mi cabeza se estaba volviendo loca.
-Tranquilos, todo esta bien. Denle espacio para respirar, despejen!- gritaba el paramedico- fue solo un desmayo.
Me levante y luego de agradecerles a todos, me diriji, finalmente, hacia las cajas. Pasaron todos mis productos y al momento de pagar, PING!
La intensa luz volvió a aparecer. Toda mi vida paso frente a mi ojos mas rápido que un auto de carreras.
Todo se volvió blanco. La tranquilidad y la paz que antes invadía el lugar, ahora eran remplazados por desesperación y angustia. Todos corrían de un lado para el otro, gritándose cosas que no lograba entender, hasta que el señor de barba larga hablo.
-Fallo, la operación cardíaca fallo- dijo antes de que mi vida se apagara para nunca volver a prenderse.
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